Cinco años sin fumar



El sexo es un café caliente después del sexo; y un cigarro.
Yo, La Habana 2002.

Hacía poco tiempo había comprado el auto y sacaba la licencia de conducir en medio de un catarro flemoso de esos que te provococan nauseas de sólo ver un comercial de Marlboro. Había intentado dejarlo días atras, cuando el catarro era incipiente; pero apenas me sentí mejor ocurrió lo previsible: una vez más al ruedo. Pero el catarro y el invierno se confabularon, y la recaída fue inmediata y fulminante.

En mis ocho años de fumador varias veces enfermé hasta de hepatitis y tras la pausa, (cual locutor de Nocturno,) fumando. Así que estar enfermo no era ni por asomo un motivo serio para dejarlo. Tampoco fueron motivos suficientes el futuro cancer, ni el riesgo de fumar en el auto, ni mejorar mi capacidad pulmonar, ni librarme de la esclavitud. Digo, son todos factores de peso, importantes por donde se los mire, pero ninguno era suficiente para ser el detonante. Fumar es para mi un tango indescriptible, como dice el placer de Garzo y Viladomat. La sensación del humo como golpe seco en mis pulmones; el deleitar la bocanada y el incesante y magnífico ritual mano-boca-pitada-mano.

El cigarro no definía pero acentúaba los instantes felices y era un excelente amigo en eternidades de extrema melancolía. El cigarro y el café, el cigarro y el ron, el cigarro y el viento del malecón de madrugada, el cigarro y el sexo (y viceversa... ) Y podría seguir enumerando infinitamente posibles combinaciones de placeres y angustias.

Curiosamente la única combinación imposible fue con el llanto. Nunca pude fumar y llorar al mismo tiempo. Y aunque tendrá de seguro su explicación pulmoalveolar, prefiero imaginar que el cigarro, cual Moscú de Menshov no cree en lágrimas (ni en sollozos).

Nunca sé explicar cómo pude dejar y debe ser porque ni yo mismo lo entiendo. El día a día, el paso a paso, el tiempo, el implacable... No me consideró No Fumador, ni desde la militancia extremista ni desde la justa y moderada preocupación. Sé perfectamente que me sigue gustando fumar y que potencialmente podría retomarlo en cualquier momento.

Por suerte, se me olvida, y sé que me ayuda el haberle asignado al cigarro, cierta especie de carácter diacrítico : Desde entonces, las palabras sufrir y disfrutar tienen el mismo significado, y la misma intensidad que antes, aunque no pueda evitar extrañar los acentos.



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