caliente como orina fresca,
y me fumo la vida
esputando las piedras
que tamizan mi memoria.
Yo debería tener el cerebro en los riñones
y así,
tendría dos frijoles sin laberinto.
Ablando las horas enteras sin decimales,
pretendo a veces un buen potaje
sin remojo
anticipado.
Pero no alcanza la candela bajita
ni tu mirada
penetra tanta celulosa.
¿Te dije alguna vez que desconfío de las legumbres?
Se inflaman al doble de su tamaño cuando se mojan.
Me enredo en la tapia (espesa)
voluble como un bejuco,
y me paso la vida
eructando palabras
exentas de adrenalina.
Yo debería tener el cerebro en los ovarios
y así,
tendría dos cojones sin levadura.
Pateo las horas redondas sin costura,
procuro a veces hacer algo
sin apuro
previsto.
Pero no consigo fecundar el tiempo
ni tus piernas
se abren a mi destino.
¿Te dije alguna vez que desconfío de las posturas?
Su cáscara blanca no permite vaticinar su podredumbre.
Me abrazo a mi espalda (vacía)
enredado como una pita,
y me amarro la vida
tanteando los ceques
perdidos de la confianza.
Yo debería tener el cerebro en el pescuezo
y así,
quizás te diría todo lo que pienso.
Buenos Aires, 31 de diciembre de 2013